La poesía se escapa de los textos, resbala de los libros dispuesta a convertirse en boca de león, en signo exclamativo, en zepelín. Hablan de ella, y ella habla de ellos. Entonces muchos dicen “ese árbol es poético, ese cine es poesía, esa felicidad es un poema”.
Pero es que la poesía es otra cosa. La poesía, que no se debe notar cuando es escrita, huye de los poetas cuando estos la acorralan.
Hay quien la sabe descifrar, darle brazos y piernas, activarla.
Jerry Rubin (fundador del movimiento yippie, “demasiado políticos para los hippies, demasiado hippies para los políticos”) logró que más de 2000 personas deambularan por Nueva York anunciando el falso final de la guerra de Vietnam en 1967. Unos meses antes se había colado en el edificio de la Bolsa con unos amigos para repartir billetes de dólar gratuitamente y había intentando ocupar el Pentágono, frente al que plantó una bandera del Vietcong.
Su mensaje es sencillo: “el papel del revolucionario consiste en crear una situación que genere un marco de referencia revolucionario”.
Sustituye “revolucionario” por “poeta” y “poético”. No existen situaciones más o menos poéticas per se, pero sí es posible provocarlas.
Poetas: a las armas. O a las almas. No entiendo bien la diferencia.
Gonzalo Escarpa
Lectura recomendada: Do it! Escenarios de la revolución. Jerry Rubin. Blackie Books.
Yendo un poco más allá, yo diría que la poesía se escapa de los textos porque se escapa de la materia en general, cualquiera que sea su forma de manifestación. Un texto, un zepelín, un gesto, pueden ser su “soporte”, su canal de manifestación, pero no son ella. La poesía no se percibe en los textos, sino a través de ellos. Éstos te pueden trasladar a ese espacio, no ahogado por la tridimensionalidad, donde reside la poesía. Y ello, siempre y cuando, te permitas unos instantes de “desintegración”.
En relación con la función revolucionaria de la poesía e independientemente de que determinadas acciones destinadas a cuestionar dinámicas sociales poco deseables puedan considerarse poéticas y de su conveniencia, creo que la poesía en sí, la que percibes mediante un poema de cinco versos tranquilos y aparentemente inofensivos, es absolutamente revolucionaria. ¿Qué puede haber más revolucionario que sacar la mente por unos instantes de la tridimensionalidad y ser absolutamente libre? La poesía desata la mente, y como una hormiguita silenciosa a quien nadie teme, cuando menos te lo esperas te ha edificado un mirador al infinito en el cerebro. Creo que la faceta destructora de patrones de la poesía está minusvalorada. La poesía es libre, y nosotros para acceder a ella a través de un poema, por unos instantes también los somos.